El libro de mormón en la arqueología - 3

-TRADUCIDO Y EDITADO de Fair Mormon, sujeto a revisiones y/o actualizaciones posteriores.

LA ARQUEOLOGÍA Y EL LIBRO DE MORMÓN

-TERCERA PARTE

¿QUE NOS DEMUESTRA LA ARQUEOLOGÍA MESOAMERICANA CON RESPECTO A LOS NOMBRES DE LUGAR, POR EJEMPLO, LOS DE CIUDAD?

En Mesoamérica, los topónimos a menudo desaparecían entre una era y la siguiente.

¿Que nos demuestra la arqueología mesoamericana con respecto a los topónimos(topónimos = nombres pertenecientes a lugares, por ejemplo, nombres de ciudad)

Primero, a diferencia de las tierras bíblicas donde bastantes topónimos sobrevivieron debido a la continuidad de cultura, no existe razón para asumir que las lenguas mayas y las lenguas nefitas estaban relacionadas.
Segundo, encontramos que los topónimos a menudo desaparecían entre una era y la otra.

Muchas de las ciudades mesoamericanas hoy día tienen nombres españoles tales como San Lorenzo, La Venta, y El Mirador.

“ante los hechos de la conquista, el colapso de las civilizaciones indígenas produjo una pronunciada discontinuidad histórica. Sabemos los nombres de apenas unas cuantas de las ciudades olmecas y del Clásico Maya de hace dos milenios, lo cual es la razón de que hoy por hoy sean conocidas con títulos españoles”

Los arqueólogos simplemente no saben cuáles eran los nombres originales de muchas de estas ciudades mayas.
Si los arqueólogos no saben los nombres de algunas de las ciudades que han descubierto, ¿cómo alguien podría proponerse proveer los nombres en español de dichas ciudades, nombres como los provistos en el libro de mormón?

Adicionalmente, los académicos no están seguros de cómo se pronunciaban los nombres que si tienen. Debido a que las inscripciones de ciudades son a menudo iconográficas, y no todos los académicos creen que tales representen nombres de ciudad.
Estos iconos o imágenes no son solo poco frecuentes (como se dijo anteriormente), también son simbólicos, es decir no fonéticos.
En otras palabras, cuando los arqueólogos encuentran una inscripción iconográfica que designa a un lugar como el Cerro del Jaguar, la pronunciación de esta inscripción seria según la lengua del hablante – sea un zapoteca, un mixteca, o un nefita.

La única forma de identificar un sitio antiguo es mediante una inscripción que diga un nombre fonéticamente inteligible.

Excepto por nuevos descubrimientos, quizá nunca sepamos cómo se pronunciaban los nombres de las ciudades mesoamericanas en tiempos del libro de mormón.

Si la información epigráfica (por ejemplo, inscripciones sobre piedras o monumentos) del viejo mundo fuese tan escaza como la del nuevo mundo, los académicos estarían seriamente limitados en cuanto a su entendimiento de los israelitas o el cristianismo primitivo.
Probablemente sería imposible, empleando únicamente evidencias arqueológicas no epigráficas (es decir, no escritas y no basadas en el idioma), distinguir entre cananeos e israelitas puesto que coexistieron en la Tierra Santa pre-babilónica (antes del 587 a.C.).

Los mismos problemas serian evidentes en el estudio del cristianismo primitivo si los académicos estuviesen tratando con la ausencia de información epigráfica.
Por ejemplo, si las persecuciones de Diocleciano contra el cristianismo hubiesen sido exitosas, si Constantino no se hubiese convertido, y si el cristianismo hubiese desaparecido cerca del 300 d.C., sería muy difícil si no imposible reconstruir la historia del cristianismo usando nada más que artefactos arqueológicos e inscripciones del imperio Romano.

“es muy probable,” dice Hamblin, “que una religión, especialmente una religión anicónica (una religión que no emplea imágenes grabadas y simbólicas), desaparezca sin más ni menos del record arqueológico. A pesar de el hecho de que habían varios millones de cristianos en el Imperio Romano a finales del siglo tercero, es muy difícil descubrir casi todo lo substancial sobre ellos únicamente con la arqueología”

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